* Publicado originalmente en Rumbo Económico el 9 de octubre, 2016 (enlace: http://rumboeconomico.com/2016/10/09/ref-entre-juegos-de-azar-y-apuestas-peligrosas-por-gabriela-rodriguez-pajares/)
Con motivo de la realización de
referéndums nacionales de gran repercusión, que conllevan efectos
trascendentales para el país- como los recientes en el Reino Unido y en Colombia-,
se ha reflexionado mucho sobre si, en principio, el ejercicio de esta forma de
democracia directa es una buena idea. En los extremos del espectro se
encuentran, por un lado, los defensores a ultranza que lo consideran una
herramienta legítima de expresión popular y que destacan que es esta condición
la que debe prevalecer sobre sus defectos. En el lado opuesto están quienes
resaltan en mayor medida sus limitaciones y las dificultades que pueden suponer
para la implementación de importantes políticas de Estado. Pero, si es que la hay, quizás la respuesta no
apunte a uno u otro lado, sino a una seria consideración de dos aspectos: si el
tema en cuestión lo amerita, y si lo hace, la forma en la que debería
implementarse.
Hay que admitir que las críticas
esbozadas por quienes cuestionan sus aportes a la democracia son válidas. Así,
un reciente artículo publicado en el New
York Times revisaba algunas de ellas para sustentar por qué los referéndums
no son tan democráticos como pretenden ser.[1] En primer lugar, para su decisión, los
votantes suelen elegir “atajos”. Debido a que el asunto en cuestión puede
resultar difícil de aprehender y, por lo tanto, puede ser complicado formarse
una opinión clara al respecto, se elige por la vía corta, basando la elección
en preferencias políticas preexistentes. De esta manera, la consulta se torna
en mayor medida una evaluación del gobierno de turno y de la popularidad de los
líderes políticos.
Un segundo problema sería la imposición de narrativas, que implica la
necesidad de simplificar los detalles del tema en términos que puedan ser
fácilmente comprendidos y recordados por el público. Así, la complejidad de la
cuestión sometida a consulta se reduce a categorías que obstaculizan un examen
más equilibrado y sobrio, polarizando al público. Un tercer punto es que los
referéndums se tratan menos de un trasvase del poder de los representantes al
pueblo que un mecanismo para refrendar las acciones y decisiones tomadas casi
enteramente por los líderes políticos. Finalmente, otro inconveniente sería la
gran volatilidad del resultado, que puede verse afectado por una serie de
factores, desde la coyuntura política hasta el estado del tiempo el día de la
votación.
Pero con todas las limitaciones que se puedan reconocer, quienes lo
defienden férreamente anteponen, sobre todo, su elevada condición como una de
las formas más elocuentes de expresión popular y de democracia directa.
Efectivamente, ante decisiones importantes y de gran calado para la marcha
institucional del país, resultaría conveniente y hasta necesario conseguir el
aval popular que les otorguen legitimidad. Además, se alega que uno de sus
presuntos beneficios es el estímulo que da a la participación ciudadana, al
alentar el compromiso de la población con asuntos de importancia nacional.
Aunque este punto es discutible. Un estudio de The Economist publicado en
mayo resaltaba que en Europa el nivel de asistencia ha disminuido
ostensiblemente en las dos últimas décadas: mientras a inicios de los noventas
se situaba en un 70%, en los últimos años la concurrencia llegaría
aproximadamente al 40%.[2] Y, por supuesto, esta falta de incentivo se pudo
evidenciar también en Colombia hace unos pocos días, donde se registró un alto
ausentismo en las urnas (poco más del 60% del padrón electoral).
Frente a las
evidentes limitaciones y el supremo valor de la expresión popular, cabría
preguntarse finalmente cuáles de estas consideraciones pesan más para
establecer un criterio acerca de la función del referéndum en una democracia.
Pues, como dije, creo necesario tener en cuenta dos aspectos. Primero, si es
que acaso la decisión lo amerita. En el caso colombiano podría justificarse el
llamado del presidente a que el acuerdo sea refrendado por el voto popular. Al
fin y al cabo, el objetivo último es poner fin a un conflicto armado que ha
comprometido a generaciones de colombianos y que ha afectado de alguna manera u
otra la vida de toda la sociedad. Pero
lo mismo no se puede decir del referéndum convocado en el Reino Unido para
determinar su continuidad en la Unión Europea, pues estuvo más motivado por
razones políticas- Cameron lo convocó para atajar las críticas de un sector de
los conservadores, así como para contrarrestar el reto que suponía la
ultraderecha euroescéptica del UKIP- que por la existencia de un auténtico
clamor popular para definir su situación con respecto a Europa. Por lo tanto,
en algunos casos los referéndums sí pueden justificarse, pero en otros
ciertamente resultan más herramientas para el juego político.
Otro aspecto
importante a contemplar son los lineamientos específicos que adopta el
referéndum. Aun cuando ciertamente debe garantizarse el derecho del pueblo a
expresar su aprobación o rechazo a las decisiones tomadas por los líderes que
lo representan, ante las patentes limitaciones de este instrumento, más vale
establecer ciertas medidas que permitan amortiguar el impacto que un golpe en
seco puede producir. En ese sentido, la implementación de mecanismos de
controles y contrapesos (p.e. la elevación del umbral de participación y de la
valla que determine la opción ganadora, o la refrendación del resultado en un
segundo referéndum o en el Congreso) podría permitir sortear las contingencias
y las consecuencias inesperadas que siempre pueden presentarse.[3]
Puede haber
algo de cierto en que hay que arriesgar para ganar. En ese sentido, convocar a
un referéndum puede generar réditos excepcionales que excedan las expectativas.
Pero en muchos casos también se trata de una apuesta peligrosa e incluso
potencialmente mortal. Ante esto, debería optarse por tomar riesgos calculados
para limitar las pérdidas y extraer la mayor ganancia posible. Prescindir de un
plan alternativo es, en general, una mala idea y arriesgar todo en un solo
movimiento es algo que debe evitarse, por lo que garantizar algún control sobre
el resultado es un aspecto que los jugadores más directos deben estimar.
Después de todo, es una apuesta cara, cuyos costos salpicarán a muchos más que
solo a ellos. Entonces, si el referéndum es una ruleta rusa será mejor saber
elegir cuándo vale la pena arriesgar la vida o, de lo contrario, encontrar
alguna forma de sortear la bala.
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