* Publicado originalmente en Rumbo Económico el 28 de noviembre, 2016 (enlace: http://rumboeconomico.com/2016/11/28/francois-fillon-la-mejor-carta-de-los-republicanos-por-gabriela-rodriguez-pajares/)
Después de las victorias del
Brexit y de Donald Trump, los procesos de elecciones que tendrán lugar en
Europa durante lo que queda de este año y a lo largo del próximo concitan gran interés.
Estos han sido vistos como indicios claros de que lo que alguna vez supuso una amenaza
latente, pero que se creía lejana- por ocurrir en ciertos países de Europa que
alguna vez pertenecieron a la órbita soviética y, por lo tanto, con una larga
tradición autoritaria-, se torna cada vez más en una característica común del
escenario actual también en los países de Europa Occidental que se precian de
su tradición democrática y liberal: la expansión y el fortalecimiento de los
movimientos y partidos políticos de ultraderecha que enarbolan el populismo, la
xenofobia y el racismo como instrumentos de lucha política. En ese sentido,
para muchos, uno de los grandes retos en la actualidad es atajar la ola de
populismos de ultraderecha que se proyectan con probabilidades de ocupar
espacios cada vez más importantes en la política nacional y regional, y que
podrían llegar a convertirse próximamente en gobiernos democráticamente
elegidos.
Es en este contexto que en
Francia se inicia un proceso de primarias marcado por una consigna clara:
elegir a un candidato que permita contrarrestar a Marine Le Pen, líder del
Frente Nacional, quien, según los pronósticos, tendría asegurado su pase a la
segunda vuelta. Dada la extremadamente baja popularidad de François
Hollande (alrededor de un 4%[1]),
que impacta negativamente las expectativas de los socialistas de competir en la
segunda ronda, las miradas se han dirigido hacia los republicanos, cuyo
candidato será el posible adversario de Le Pen. Ante el anuncio de la victoria
de François
Fillon en las elecciones que se llevaron a cabo el día de ayer, cabe discutir
cuál de los dos candidatos que disputaban la segunda vuelta, el centrista Alain
Juppé y el católico conservador Fillon, resultaría una mejor opción para frenar
el avance del Frente Nacional.
A pesar de la disyuntiva que
supone, este escenario no es inédito en Francia. Recordemos que recientemente,
en el 2002, los franceses tuvieron que elegir en una segunda vuelta entre la
centro-derecha de Jacques Chirac y la ultraderecha de Jean-Marie Le Pen. El
primero derrotó estrepitosamente al segundo por un amplio margen, mayor a 60
puntos (82.21%-17.79%[2]).
Así, el voto de Le Pen se incrementó en menos de un punto (de 16.86% a 17.79%),
mientras que el de Chirac pasó de 19.88% a 82.21% (+62.33), lo que implica que
la exorbitante mayoría de votos dispersos durante la primera vuelta se
concentraron y se erigieron en un bloque sólido para frenar al que consideraban
el peligro mayor. En ese sentido, la segunda vuelta supuso la elección del “mal
menor”, aun con todas las reticencias que el electorado a la izquierda de
Chirac pudiera albergar.
Entonces, tomando como punto de
referencia las elecciones del 2002, podría reflexionarse acerca del perfil del
candidato que supondría un mejor competidor frente a una ultraderecha
fortalecida. Aun cuando algunos podrían alegar que la moderación y la posición
centrista de Juppé constituían activos importantes, pues habría tenido la
capacidad de atraer con mayor facilidad el voto de la izquierda, también es
posible considerar que, al mismo tiempo, dicha orientación centrista podría
resultar perjudicial. Este segundo escenario debe tomarse en cuenta si se considera
el análisis de Michael Laver, Kenneth Benoit y Nicolas Sauger sobre las elecciones
del 2002[3].
Según este estudio, el principal error de Lionel Jospin, candidato de los
socialistas, fue moderar su discurso con respecto a la plataforma de su partido
y orientarse notoriamente hacia un centro tugurizado, alejándose de sus bases.
Así, Jospin desestimó una estrategia importante en los sistemas electorales que
contemplan dos vueltas: la primera debe servir para asegurar el electorado que
conforma las bases del partido y la segunda para expandir el campo electoral,
al captar el voto restante que queda del descarte del bloque de candidatos de
la primera vuelta.
Por lo tanto, Jospin jugó mal sus
cartas, pues la moderación de su posición durante la campaña para la primera
vuelta conllevó la disgregación del voto entre otros candidatos cuyas
posiciones también los ubicaba más cerca del centro del espectro político.
Chirac, por su parte, sí cumplió con esta condición, esgrimiendo un discurso
que lo situaba incluso más a la derecha de la plataforma de su partido,
asegurando, así, el apoyo del electorado conservador que constituía su base, lo
que, en última instancia, implicó que consiguiera los votos necesarios para
pasar a una segunda vuelta. En un electorado que, en general, tendía a
converger hacia el centro, resultaba predecible que los votos flotantes se
orientarían en masa hacia el candidato que menos se alejara de dicha ubicación,
es decir, Chirac.
Siguiendo esta lógica, una
presunta elección de Juppé habría supuesto una apuesta menos segura, sobre
todo, teniendo en consideración un contexto diferente en el que la volatilidad
del voto se ha convertido en un elemento constante del escenario político
actual. Así, la coincidencia de la agenda política de Juppé con otros
candidatos liberales de centro, como Emmanuelle Macron- quien ya ha anunciado
su postulación a la presidencia como candidato independiente- podía llevar a
una fragmentación del voto que pondría en entredicho, incluso, su capacidad
para superar la primera vuelta. Y en el eventual caso de que lo consiguiera,
podría, asimismo, suponer una debilidad ante una ultraderecha fortalecida, un
electorado desencantado (según un sondeo reciente de Ipsos/MORI, un 89% de los
franceses se encuentran descontentos con la situación de su país[4])
y, aparentemente, más alejado del centro con respecto a 15 años antes.
Fillon, por su parte, con un perfil
de liberal económico, conservador en lo social y duro en temas que se
encuentran entre las principales preocupaciones de la sociedad francesa como la
inmigración y los refugiados, constituiría una opción más segura, que
permitiría asentar el voto de las bases conservadoras durante la primera
vuelta, y atraería el voto de buena parte del espectro político durante la
segunda: de la izquierda, el centro, la derecha e, incluso la ultraderecha que
coquetea con las consignas del Frente Nacional pero que rechaza su retórica
incendiaria y sus posiciones más extremas.
La elección de Fillon puede
constituir, en última instancia, una mejor carta para los republicanos en su
carrera para recuperar el Elíseo y para el electorado cuya primera consigna en
estas elecciones es bloquear el acceso del Frente Nacional a la presidencia.
Por supuesto, al mismo tiempo, su elección como la principal apuesta de la
derecha y su alta probabilidad de ganar las elecciones implican también la
“derechización” y la radicalización de la agenda política francesa, así como un
endurecimiento en el tratamiento de problemáticas sociales de relevancia en
este momento, como la seguridad frente a la amenaza terrorista o la política
inmigratoria y de acogida a los refugiados. Pero si la prioridad es atajar la
ola de populismo nacionalista que avanza con fuerza en Europa, una derecha
ortodoxa sería vista como un “mal menor”, aun cuando, a la larga, pueda suponer
asumir un costo muy alto con resultados que podrían no ser sustancialmente
diferentes al del mal mayor que inicialmente se pretendía evitar.
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