* Publicado originalmente en Rumbo Económico el 4 de diciembre, 2016 (enlace: http://rumboeconomico.com/2016/12/04/despues-de-fidel-por-gabriela-rodriguez-pajares/)
El
fallecimiento de Fidel Castro, como era previsible, ha conllevado múltiples
reacciones entre las cuales no han abundado precisamente el análisis
desapasionado y el juicio equilibrado. Se comprende que un personaje de su
complejidad y cuyas acciones impactaron de diversas formas a generaciones enteras
más allá de las fronteras de la isla suscite, asimismo, las más variadas
respuestas. Así, por ejemplo, frente a las muestras de júbilo de un sector de
la comunidad cubanoamericana de Florida, una respuesta más mesurada, también al
interior de la oposición cubana, provino de las Damas de Blanco[1].
Ya fuera porque en su caso la prudencia
se justificaba más por su condición de oposición interna que podía ser objeto
de las represalias por parte del gobierno o porque decidieron ser consecuentes
con su alegato de que respetaban el duelo y no celebraban la muerte de ningún
ser humano, se trató de una respuesta más prudente ante lo que, al fin y al
cabo, fue, efectivamente, la muerte de un ser humano, muy al margen de la
naturaleza de sus actos en vida.
Simpatizantes, detractores y
actores diversos de la escena nacional e internacional han tenido algo que
decir frente a la partida de quien, más allá del juicio con el que se le puede
valorar, es reconocido como un protagonista clave de la historia reciente. Y es
que su deceso conlleva implícitamente una evaluación de los efectos que tendrá
para lo que constituye un factor fundamental en la política cubana: su relación
con Estados Unidos. Así, muchos consideran que con Fidel expiró el principal o uno
de los más significativos obstáculos en la democratización de la isla y en el
proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos. Otros, por su parte,
alegan que el gobierno de Raúl Castro supone una continuación del régimen
dictatorial implantado por su hermano y que no se ha dado cambios sustanciales
que justifiquen el cambio de enfoque de la política estadounidense hacia La
Habana.
Junto con la partida del líder de
la revolución cubana, otro elemento se contempla en la proyección de las
relaciones entre ambos países en los próximos años: la política que adoptará
Donald Trump hacia Cuba. El presidente electo ha sido errático en sus
declaraciones sobre la forma en la que piensa abordar esta materia, aun cuando en
los últimos tramos de la campaña se decantó por un discurso más altisonante con
el fin de que resultara atractivo a la comunidad cubanoamericana conservadora,
posición que parece mantener desde entonces y que supone un mal augurio para la
continuación del proceso de normalización de relaciones bilaterales anunciado
en diciembre del 2014.
En ese sentido, hay que tener en
consideración que un factor determinante en el giro que ha tomado la relación
entre ambos países fue la voluntad de Estados Unidos de reorientar una
situación que se tornaba estática por la incapacidad de ambos gobiernos de
emprender pasos significativos. Así, William LeoGrande y Peter Kornbluh, en su
estudio reciente sobre la historia de las negociaciones secretas entre Washington
y La Habana (LeoGrande y Kornbluh. Diplomacia
encubierta en Cuba, 2015), sostienen que una característica de estas
negociaciones había sido la indisposición para adoptar actos unilaterales
inmediatos e importantes que dieran cuenta de un auténtico interés por superar
el entrampamiento en el que se había caído una y otra vez durante más de medio
siglo.
Obama, luego de un comienzo
vacilante, en su segundo gobierno decidió romper con el círculo vicioso del
enfoque quid pro quo que había
formado parte de la política oficial de Estados Unidos y que había resultado, a
todas luces, tan ineficaz como el embargo. Esto es, en lugar de continuar con
la línea de sus predecesores, que más allá de los cambios cosméticos en la
retórica adoptada por cada administración, había supuesto siempre la imposición
de condiciones previas al gobierno cubano solo a partir de cuyo cumplimiento
podían considerar retomar las negociaciones que llevaran a un restablecimiento
de relaciones, Obama resolvió prescindir de dichas negociaciones condicionadas
y del acercamiento gradual para llevar a cabo aquel “golpe de audacia” que se
necesitaba para resquebrajar el anquilosado armazón formado en medio siglo de
permanente colisión. Así, el golpe debía provenir fundamentalmente de Estados
Unidos porque, además de ser, por mucho, la parte fuerte de la disputa, Cuba no
había impuesto una precondición ante la cual podía resultar tan difícil
transigir como la exigencia de un cambio de régimen. Y si se cuestiona el hecho
de que Estados Unidos decida tolerar el carácter autoritario del régimen y las
restricciones a los derechos y a las libertades de su población, habría que
recordar que, en varios casos, estos no han supuesto impedimentos suficientes
para el forjamiento de alianzas estratégicas.
Pero hay que tomar en cuenta,
asimismo, que Obama podría no haber asumido este replanteamiento en su política
hacia Cuba si es que no existiesen las condiciones para ello en el ámbito de la
política interna. Pero el caso es que actualmente la hostilidad de la comunidad
cubanoamericana a un restablecimiento de relaciones con el gobierno cubano se
ha visto mitigada a partir de la disposición de los más jóvenes para asumir una
posición más moderada y un juicio más sobrio con respecto a las generaciones
mayores, en su mayoría, conservadores republicanos muy inflexibles en su oposición
al régimen castrista. Es por ello que LeoGrande y Kornbluh alegan que la
actitud de las sucesivas administraciones en Estados Unidos ha estado orientada
en mayor medida por el interés político de atraer los votos electorales de un
estado clave como Florida, lo que ha incentivado la perpetuación de una
conducta hostil hacia La Habana.
Algunos indicadores dan cuenta de
este cambio al interior de la comunidad cubanoamericana. Según la última
encuesta anual de la Universidad Internacional de Florida a cubanoamericanos
residentes en el Condado de Miami-Dade[2],
el 81% de los encuestados considera que el embargo no ha funcionado “de forma
alguna” (60.2%), o “no muy bien” (21.3%). De forma coherente con esta opinión,
una mayoría (63.2%) aboga por ponerle fin y por expandir las relaciones
económicas entre compañías estadounidenses y la isla (57%). Además, un 64%
apoya la nueva política de Estados Unidos hacia Cuba iniciada por la
administración Obama y un porcentaje similar (65%) se expresa en favor del
restablecimiento de relaciones diplomáticas. En todos los casos, son las
generaciones más jóvenes las que se muestran más dispuestas a la apertura de
relaciones y que constituyen un apoyo más sólido al replanteamiento de la
política estadounidense.
Es precisamente este cambio sustancial
al interior de la política interna de Estados Unidos lo que supone, a mi
parecer, la mayor esperanza en la continuidad del proceso inaugurado por la
administración de salida, aun cuando el futuro no parezca tan promisorio dadas
las declaraciones del candidato electo, así como la impericia e imprudencia que
hasta el momento ha mostrado en cuanto a política exterior. Así, al contrario
de lo que ocurría en el pasado, cuando el presidente de turno se veía impulsado
a adoptar una posición inflexible para no afectar sus expectativas electorales
y las de su partido, actualmente no parece existir ese incentivo en el mismo
grado. Podríamos esperar, entonces, que Donald Trump revise sus últimas
afirmaciones y decida continuar con el restablecimiento de relaciones.
De esta forma, la partida de
Fidel nos lleva a reflexionar sobre la historia de las relaciones entre ambos
países, y es precisamente esa reflexión del pasado lo que nos permite reconocer
la particularidad de las circunstancias actuales. Fidel fue uno de los
artífices en la formación del armazón que ha empezado a agrietarse. Su
influencia perdura y ciertamente permanecerá, pero así como la historia se
construyó con él, continuará construyéndose en su ausencia, modelada ahora por
las nuevas generaciones que conforman el principal agente de cambio… Esperemos.
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