* Publicado originalmente en Rumbo Económico el 20 de noviembre, 2016 (enlace: http://rumboeconomico.com/2016/11/20/la-peligrosa-fascinacion-por-los-hombres-fuertes-por-gabriela-rodriguez-pajares/)
A dos meses del término de su
segundo mandato y con motivo de su presencia en nuestro país para participar en
la Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), resulta
propicio reflexionar acerca del liderazgo del presidente de Estados Unidos,
Barack Obama, y las implicaciones que ha tenido en la actual situación de
Estados Unidos en el mundo. Más aún cuando ha coincidido en esta reunión con
los líderes de países con los cuales Estados Unidos ha mantenido una larga
relación conflictiva: Vladímir Putin, presidente de Rusia, y Xi Jinping,
presidente de China.
Frente a la imagen de hombres
fuertes de ambos gobernantes, Obama ha sido acusado de responder con lenidad
ante diversas circunstancias que, de acuerdo con sus críticos, merecían
respuestas más contundentes. En el caso de Siria, por ejemplo, estos alegan que
la moderación de su reacción al no disponer una intervención militar en el
terreno y el incumplimiento de sus advertencias a Bashar al-Assad con respecto
a la “línea roja” que se atrevió a sobrepasar son contraproducentes pues genera
una pérdida de credibilidad y de reputación que podría redundar en una
disminución de su capacidad de disuasión ante las amenazas actuales y aquellas
futuras que pudiesen presentarse. Pero, ¿esta preocupación se sostiene en
fundamentos sólidos? ¿Es que acaso la contención de Obama, efectivamente, ha
podido causar un efecto negativo en la imagen de Estados Unidos al proyectar
vulnerabilidad?
Vale aclarar de antemano que de
ninguna manera sostengo que Obama resulta una suerte de exponente máximo del
pacifismo mundial. Ya anteriormente he cuestionado varios aspectos de su
política exterior que dan cuenta de los grandes matices que caracterizan su
administración como su condenable actuación frente al conflicto yemení, su
disposición a continuar (y aumentar hasta su máximo histórico) la asistencia
militar a un régimen con poco respeto por el Derecho Internacional como el
israelí, o su también reprensible
disposición para ignorar las graves violaciones de derechos humanos cometidas
por ciertos regímenes (como los de Uzbekistán o Arabia Saudita) a los que
considera, sin embargo, sus aliados. Es decir, de ninguna manera creo que Obama
es una paloma en materia de política exterior. Pero tampoco se le puede señalar
como un halcón cuyo instinto primario sea el empleo de la fuerza. En ese
sentido, frente a dirigentes como Putin o Xi Jinping, Obama se situaría como un
moderado.
Jonathan Mercer señalaba en un
artículo publicado en el 2013 en la revista Foreign
Affairs que suponer que la reputación de Estados Unidos se vería mellada
por no cumplir con su promesa de atacar en el caso de que Bashar al-Assad
empleara armas químicas contra la población civil no se sostiene en la
evidencia histórica ni en la lógica, pues, en última instancia, es imposible
tener una certeza exacta de la opinión que tienen los demás de nosotros, por lo
que arriesgarse a entrar en una guerra para “salvar la reputación” resulta una
necedad. Stephen Walt, en un artículo reciente, sigue la misma línea,
desestimando el argumento de la afectación a la reputación o al prestigio para
reclamar una intervención más directa de Estados Unidos en Siria.
Walt alega comprender a quienes apoyaban
esta posición remitiendo a consideraciones humanitarias. Después de todo, es
difícil ver cómo podría discutirse la necesidad de una acción que permita
detener el baño de sangre que tiene lugar desde hace varios años en ese país.
No obstante, sí cuestiona a aquellos que lo defienden atendiendo al impacto que
puede producir en la imagen de Estados Unidos, y esto porque las muchas crisis
en las que decidió no intervenir no han afectado sustancialmente su situación
como la principal potencia en el mundo: “[…] like other great powers, the
United States has repeatedly chosen not
to intervene in many large-scale humanitarian catastrophes, but without anyone
concluding that the country was growing weaker, lacked the will to defend its
own interests, or was becoming a ‘pitiful, helpless giant’. Moreover, these
previous acts of restraint did not have any significant impact on U.S. security,
prosperity, or global standing: if anything, the United States was better off
for having stayed out of many of these situations”.[1]
Y, en realidad, ante el funesto legado reciente de la intervención de Estados
Unidos en esta región del mundo, podría suponerse que más ayuda no agravando
una situación ya de por sí crítica, pues algo hay cierto: las cosas, aunque no
parezca verse cómo, siempre pueden empeorar.
Por otro lado, y a
contracorriente de quienes valoran la figura del hombre fuerte, vale la pena,
por lo menos, preguntarnos de qué manera la popularidad internacional de la que
goza Obama puede incidir negativamente en la imagen que proyecta Estados Unidos
en el mundo. Y es que si algo queda claro es que con Obama esta ha mejorado
después del bajón que supuso los primeros años del nuevo milenio, durante la
administración de George W. Bush.
Un sondeo de la BBC World
Service/GlobeScan realizado entre diciembre del 2015 y mayo de este año que
comprendía una muestra de 18,313 adultos de 19 países indicaba que en 18 de
ellos la mayoría de personas encuestadas estimaba positiva la doble elección de
Obama en el 2008 y en el 2012.[2]
Más aún, la opinión favorable que se tiene de su gobierno se extiende a la
construcción de una visión positiva de Estados Unidos en el mundo, tal como se
afirma en un informe de Pew Research Center publicado en junio de este año
(“During the Bush era, opposition to U.S. foreign policy and rising
anti-Americanism were widespread in many regions of the world, but Obama´s
election in November 2008 led to a significant improvement in America’s global
image”). Y así, según este mismo sondeo, en 10 de 15 países en los que se llevó
a cabo la encuesta, una mayoría consideraría que Estados Unidos sigue siendo
tan poderoso e importante como lo era hace una década.[3]
Por lo tanto, frente a quienes
temen que la tendencia de Obama a no sucumbir a los más bajos instintos del
empleo de la fuerza militar hubiese podido dañar el prestigio de Estados Unidos
conviene aclarar que su preocupación no se sustenta en criterios objetivos y podría reflejar, en realidad su propia
visión del mundo, por la cual proyectan a su interpretación de la realidad
internacional los principios que deberían definir las relaciones interpersonales.
Es decir, este clamor por un hombre fuerte que imponga su autoridad y cuide su
reputación aun recurriendo a la violencia expresa claramente una visión
patriarcal del mundo en el que las características de un líder deben coincidir
con las características que atribuyen a la masculinidad. Si de algo deberían
preocuparse es precisamente de evitar comprometerse en más escenarios
conflictivos de los cuales les costará mucho (tiempo y dinero) salir, y que, en
lugar de contribuir a los fines de preservar la seguridad nacional, por el
contrario, coloca a Estados Unidos en una posición más vulnerable.
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